El autodiálogo o diálogo interno, es decir, el cómo nos hablamos, es algo muy personal. Hay mil formas de decirse las cosas a uno o una misma, pero por regla general aparecen dos voces que se enfrentan entre ellas. Voy a utilizar la metáfora dicotómica del ángel y demonio porque considero que así se simplifica y entiende bastante bien, pero veo importante tener presente que nuestro modo de pensar o sentir no es blanco o negro, ni nos convierte en seres de luz u oscuridad, sino que hay toda una escala de grises, que es variante y diverso.
Por un lado, está “el demonio”, que es exigente, duro, frío, incluso perfeccionista y nos dice cosas como “deberías haber alcanzado ya tus metas, y mira por dónde vas…”. Esta voz nace de la inseguridad, del miedo, y normalmente, de la comparación con algo o alguien externo, que idealizamos. Por ejemplo, compararnos con los tiempos que marca la sociedad como tener “un trabajo de verdad” a los 25 años, estabilidad a los 30… o la diferencia entre la situación de una persona de mi misma edad que ha hecho “nosecuantas” cosas y nuestra situación personal, o es la voz de nuestra familia que quería que estudiásemos para conseguir X… Las expectativas de otras personas se ven rotas cuando no vamos por el camino que ellas hubiesen querido, pero ¿qué pasa con nuestras propias preferencias, tiempos y procesos? Si sienten decepción, no es culpa de nuestras decisiones, es responsabilidad de quién se crea expectativas. Esta ilustración me parece que representa muy bien eso: https://www.instagram.com/p/CmKR6ISjXRQ/?hl=es
Por otro lado, está “el ángel” que es acogedor y amable, y nos dice cosas como “Roma no se hizo en un día, estás avanzando y es normal que todo lleve su tiempo…”. Esta voz nace del amor, de la seguridad en nuestra persona y nuestro camino, de aquello que realmente nos motiva y se alinea con nuestros valores. Por ejemplo, me valoro y me acepto porque necesite más tiempo para sacarme un curso académico o porque durante un tiempo necesite centrarme en cuidar mi salud mental y física o la situación de mi familia, en lugar de centrarme en mi carrera profesional. Y está bien, no tengo por qué cumplir con ninguna expectativa, exigencia o estándar. Lo primero es respetarme y todo lo demás llegará a su debido tiempo.
¡Cuidado! Porque tu demonio tiene un carácter muy fuerte y suele ser duro contigo. Intenta arrastrarte y ponerte de su lado.
No es realista, está sesgado y tiende a generalizaciones del tipo “todo lo que digo es siempre cierto, si no lo quieres ver es porque eres débil y te estás engañando”. Es aconsejable cultivar el sentido crítico hacia esta voz, intentar respirar y oxigenar la cabeza para tener pensamientos más amables y realistas. Además, tiende a invalidar tus emociones y pensamientos diciendo cosas del tipo “no es para tanto, exageras”. Recuerda ahí escuchar a esa voz de ángel que te salva (y que eres tú) y respóndele “cualquier cosa que me preocupe es importante”.
Cuando el demonio aparece, tendemos a asumir como cierto su mensaje, por la fuerza que tiene y el miedo tan potente que tenemos a que sea verdad lo que dice. Lo importante de escuchar al ángel es cuestionar lo que dice el demonio, enfocarlo de un modo más compasivo hacia nosotros o nosotras mismas, que no significa optimismo, euforia o ver la vida de color de rosa.
Es importante no confundir la idea de escuchar más la voz del ángel con creer el “mensaje Mr Wonderful” según el cual somos capaces de todo y la vida es fácil y de colorines si mantienes una actitud positiva. Esto también es generalizar al extremo y puede no ser sano, llegando a ser invalidante de las emociones típicamente (y erróneamente) concebidas como “negativas”. Nos impide sentir y experimentar los retos, etapas difíciles o de energía más bajita, que la vida conlleva de forma natural. Además, fomenta el rechazo a la idea de rendirse, cuando está bien (¡y es muy valiente!) alejarse de un camino y tomar otro si así apostamos por nuestro bienestar. Invalidar nuestras emociones y evitar rendirnos a toda costa, anula nuestro potencial, impide que avancemos en nuestros procesos de aprendizaje.
Esto me recuerda a la leyenda nativa americana del lobo blanco y negro, sobre las dos fuerzas que tenemos en nuestro interior: luz y oscuridad. Posiblemente la conozcas, pero seguramente no conozcas la versión extendida, cuyo final es aún más interesante: https://experienciasayaka.com/el-lobo-blanco-y-el-lobo-negro-una-historia-cherokee/. No se trata de un juego de fuerzas, sino de un juego de equilibrio. De su lectura completa aprendemos que, en lugar de matar a uno de los lobos, lo ideal sería guiarlos por el buen camino, hacia una convivencia sana. Para encontrar nuestro equilibrio debemos conocer y aceptar nuestras sombras también.
Me gusta alimentar a mi ángel de forma sana y equilibrada, para que las palabras que me dedique sean así. Pero tampoco puedo dejar al demonio hambriento y abandonado, porque si lo evito resurgirá enfurecido. Se trata de reeducar con mimo y paciencia. La clave de la gestión emocional es atender desde la distancia, sin dejarme invadir, pero tampoco ignorando o evitando emociones y pensamientos. Una herramienta muy útil para esto es la meditación.
Presento una metáfora que me resulta muy útil para tomar distancia de mis pensamientos y emociones, pero prestándoles la atención que merecen.
Podemos verlos como el agua de una cascada. Es pasajera, el agua va fluyendo y cambiando, no se queda estática para siempre sobre mi nuca. La cascada está ahí, es real, hace ruido y moja, me da información importante sobre mí y mi proceso, pero no soy ella. Si me coloco debajo, el peso del agua, el impacto sobre mi cuerpo es muy fuerte y anula mis sentidos, parece que todo se nubla y solo existe esa agua. Elijo colocarme entre el agua de la cascada y la montaña, apoyada en la pared de roca. Así, puedo contemplar esa agua en todo su esplendor sin sufrirla, con mis sentidos abiertos y en calma.
Si quieres saber más sobre la meditación te recomiendo leer los siguientes artículos de nuestro blog: mindfulness y haiku, meditación y wu-wei.
Dile a un ser querido alguna de las siguientes frases:
¿A que no se te ocurriría hacerlo? ¿Si no se lo dirías a nadie, por qué a ti sí? ¿Qué diferencia hay? Al pensar en otras personas lo vemos claro, pero se nos olvida ser compasivos con nosotros mismos. Por eso, no te trates a ti como no tratarías al resto.
En el próximo capítulo… Hablaré sobre factores que influyen en nuestro autodiálogo, como las heridas de la infancia, la ansiedad y los sesgos de pensamiento que tienden a distorsionarlo. ¡No te lo pierdas!
Psicóloga y acompañante de personas en situación de vulnerabilidad: experiencia con menores en riesgo de exclusión social, migraciones, diversidad funcional y colectivo LGBTIQA+. Amante de todas las formas de vida, su misión es crear espacios sostenibles. Cooperante y gestora en proyectos de agroecología y protección animal. Escritora y fotógrafa en búsqueda de aprendizajes. “Cualquier momento es bueno para la ternura”.