Desde pequeños, a través de diferentes medios, nos llega información sobre cómo deben ser las relaciones de pareja. Estos datos nos llevan a construir y formar una idea distorsionada, falsa e idealizada del amor. Los patrones culturales, la educación y nuestras experiencias suponen una guía sobre cómo vivir en sociedad, nos dan información de lo que es más o menos adecuado, de lo que se espera de nosotros o de cómo funcionan las relaciones. Por ello, las ideas o creencias generalizadas sobre el amor las aceptamos como verdaderas y las adoptamos, sin ni siquiera pararnos a pensar si realmente creemos en ellas o son coherentes.
Estas construcciones sociales suponen un factor de riesgo, ya que van a influir de forma directa o indirecta en nuestros comportamientos, llevándonos a actuar por inercia y creando expectativas irreales que perpetúan las relaciones tóxicas. Es esencial pararse y tomar consciencia de lo que hay detrás de estas ideas generalizadas del amor romántico, para ver si lo que estamos creando va en línea con nuestros valores.
Los ideales del amor se encuentran presentes en nuestra sociedad en forma de mitos de amor romántico, reflejando los roles y patrones de comportamiento que debemos adoptar en una relación de pareja, cuando estamos enamorados. Esto implica una serie de creencias erróneas sobre el amor; nos crea la necesidad de tener pareja y ser correspondidos, junto a la carga emocional que supone.
Antes de nada, pensemos en la idea que tenemos cada uno sobre amor y lo que significa para nosotros. A partir de ahí, podemos analizar si el ideal de relación que nos transmiten es el que queremos crear y dejar a un lado las ideas falsas que hemos podido adoptar.
La mayoría de las expectativas irreales que creamos vienen del contexto que nos rodea. Saber identificar estos mitos que nacen en torno al amor, es imprescindible para poder prevenir relaciones basadas en la desigualdad.
Joan Garriga, psicólogo humanista, concebía el amor de la siguiente manera: “El buen amor se reconoce porque en él somos exactamente como somos, y dejamos que el otro sea exactamente como es, se orienta al presente y a lo que está por venir, en lugar de atarnos al pasado, y sobre todo produce bienestar y realización”.
Esa definición se acerca bastante a la descripción de un amor sano, sin invasiones, no posesivo y en el que creamos una relación plena en un espacio seguro para ambas partes.
Vamos a analizar algunos de los mitos que nos transmiten ideales peligrosos a la hora de crear vínculos sanos.
La idea de encontrar a nuestra media naranja nos hace pensar que estamos incompletos, que nos falta una parte y que necesitamos otra persona para completarnos. Esto nos crea la necesidad de buscar a alguien que nos complemente y en esa búsqueda desesperada solo podemos tomar malas decisiones.
Cada uno de nosotros tenemos diferentes creencias, personalidades, experiencias vividas, gustos… y todo esto, en un momento determinado, puede encajar con las de otra persona. Una pareja es la unión de dos personas completas, que se elijen y deciden caminar juntas, para seguir creciendo y construyendo sus vidas, acompañándose, no completándose.
Esta afirmación, a priori, puede parecer una motivación para resolver dificultades, conduciéndonos a aceptar y tolerar actos como el maltrato emocional y físico. Ocurre debido a la falsa creencia de que al final todo va a salir bien gracias al “amor”; nos lleva a normalizar chantajes, agresiones o adaptarnos a situaciones que van en contra de lo que realmente es el amor.
Es importante tener presente que las relaciones conllevan esfuerzo. Para que funcionen, ambas partes deben poner lo que esté en sus manos, intentando llegar a puntos en común (si los hay) como resultado de una negociación desde el respeto, que tiene en cuenta las necesidades de ambos. Es normal que no se esté de acuerdo en todo; se pueden hacer renuncias puntuales y seguir construyendo de la manera más sana posible. Sin embargo, si llega un momento en el que las necesidades de cada uno toman caminos diferentes, ninguno o uno de los dos no se siente pleno en la relación o las renuncias se vuelven habituales, es importante ser consciente y tomar decisiones. No siempre que quieras vas a poder. Querer es el primer paso para conseguir algo, pero hay más factores que no dependen de nosotros y es importante saber qué es nuestra responsabilidad y qué no.
Es muy habitual interpretar los celos de nuestra pareja como una muestra de que nos quiere mucho y de que se preocupa por nuestra relación: “Estoy celoso porque te quiero”. Sin embargo, esto refleja una inseguridad por parte de la persona que siente los celos. Por un lado, siente miedo al percibir una situación como una amenaza, y por otro, siente enfado por tener que defenderse de la misma. Los celos no tienen ninguna relación con el amor, son conceptos totalmente diferentes. Esta es una asociación fruto de relacionar los celos con la posesión.
Sentir celos en un momento determinado es algo normal, ya que son una emoción y las emociones no son ni buenas ni malas. El problema viene cuando hacemos una mala gestión de ellas y repercuten negativamente en nosotros y en la relación: imponemos control, expresamos dominación o justificamos los celos con el amor. El amor no es posesivo ni controlador. El amor es libre, es una elección.
El amor es dar, pero también es recibir. Cuando damos, lo hacemos porque nos sale hacerlo, pero esto no quiere decir que no invirtamos tiempo o energía, y esto puede ser agotador. Para que una relación funcione, el amor debe ser recíproco. Si entramos en una dinámica en la que damos sin recibir nada, no estamos creando amor, sino desequilibrio. Como consecuencia, nos encontraremos en una relación donde el desgaste emocional y los sacrificios nos alejan de nuestro propio bienestar.
El amor propio es esencial para poder crear vínculos en los que sepamos marcar los límites y ser conscientes de lo que merecemos. Es necesario entender que hace falta un equilibrio para que la relación funcione. No estamos aquí para satisfacer las necesidades de los demás, nosotros también tenemos las nuestras y deben ser tenidas en cuenta. Esto no quiere decir que cada vez que demos o nos salga hacer algo por la otra persona, tengamos que esperar algo a cambio y nos frustremos si no lo recibimos.
Cuando estamos en una relación de pareja, es habitual prometer o recibir un “vamos a estar juntos para siempre”. Esta idea es errónea, ya que nada ni nadie nos puede asegurar lo que va a pasar mañana. Enfocarnos en este “amor para siempre”, nos lleva a buscar constantes demostraciones de amor, que nos garanticen nuestra idea de perdurabilidad, creando relaciones dependientes. Cuanta más calma buscamos experimentar, más nos alejamos de conseguirla a largo plazo.
Para entenderlo mejor vamos comparar una relación de pareja con el cuidado de las plantas. Hay plantas que pueden durar siempre y otras no, dependiendo de los cuidados diarios que les demos. Si la cuidamos todos los días, con cariño y poniendo atención a factores externos que pueden influir (temperatura, insectos…), actuaremos y buscaremos soluciones para que siga viva y dure más. Sin embargo, si solo la regamos de vez en cuando, cuando nos acordamos, aunque la planta siga ahí, es muy probable que se marchite, por mucho que quisiéramos que durase para siempre.
También puede ocurrir que, aunque le demos todos los cuidados que necesita, la planta se muera, ya que hay variables que se escapan de nuestro control. No podemos asegurar al cien por cien la supervivencia de nuestra planta. Lo que sí es seguro es que aquello que cuidamos todos los días tiene más probabilidad de durar en el tiempo.
Muchas veces, cuando una relación no funciona, el problema no es la relación per se, sino las creencias que tenemos acerca de ella, que nos hacen comportarnos y moldearla de una manera perjudicial.
El amor no debe ser ciego, sino consciente.
Montse Cazcarra
Alba es psicóloga sanitaria y ha realizado un máster de migraciones internacionales, salud y bienestar, además de proyectos de cooperación en Senegal, con menores en riesgo de exclusión social así como talleres con refugiados e hijos víctimas de violencia de género. Trabaja como psicóloga en una ONG con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad dando un servicio de atención terapéutica y realizando actuaciones de sensibilización y asesoramiento para la prevención de la violencia y la promoción de la salud mental. Su misión es conseguir el bienestar de la persona, la promoción de una sociedad inclusiva e intercultural y el desarrollo integral de las personas más vulnerables.