Si has decidido estudiar en el extranjero, tanto para una estancia corta como por un periodo más prolongado, estarás más cómodo e integrado desde el primer día si mejoras tu nivel del idioma del lugar antes de partir. A menudo se dice que no hay mejor forma de aprender que verse confrontado a la necesidad y no cabe duda de que al llegar a un lugar donde uno tiene dificultad para hacerse entender, acabará poniendo los medios para remediar tal situación, por la cuenta que le trae. Pero ¿para qué llegar a este extremo si se puede adquirir cierta soltura con un poco de anticipación?
Es cierto que el aprendizaje de idiomas es una de las áreas del conocimiento donde más diferencias pueden existir entre quien tiene facilidad y quien no la tiene. Sobre estas diferencias hay muchas teorías y no vamos a desgranarlas aquí, pero es importante saber que cuanta más dificultad tenga uno para expresarse en otro idioma, más tendrá que esforzarse ya no solo en aprenderlo, sino en practicarlo. El “quid” de la cuestión parece residir en la capacidad ya no tanto de expresarse en otro idioma, sino en la de PENSAR en otro idioma. Por tanto, nuestra primera recomendación sería acostumbrarse, de forma paulatina, a pensar en el idioma que vamos a tener que practicar en el país de destino. Obviamente, esto no es “dicho y hecho”; en verdad, es la parte más difícil porque pensar involuntariamente es, desde un punto de vista cognitivo, la culminación del aprendizaje.
A priori uno tiende a creer qué si no tiene al menos un nivel medio del conocimiento y práctica del idioma, difícilmente va a ponerse a pensar en ese idioma. El funcionamiento normal de un no-nativo es construir lo que quiere decir en su propio idioma y posteriormente traducirlo con los recursos que tiene. Porque el pensamiento en el idioma nativo es espontáneo, no tiene una puesta en marcha. Pero para pensar en otro idioma, es necesario un mecanismo de “arranque” y un proceso de habituación.
Es imposible pensar en pedalear si no se ha visto nunca unos pedales. Así que lo primero para mejorar nuestro nivel de conocimiento del idioma, siempre tendrá que ser la familiarización con la mayor cantidad posible de herramientas de expresión. Llamamos herramientas de expresión, en primer lugar, al vocabulario, la sintaxis, la gramática, la fonética y todos los aspectos que constituyen formalmente un idioma. Con las nuevas tecnologías tenemos hoy en día la suerte de poder encontrar todo tipo de sistemas, recursos, aplicaciones y métodos para aprender un idioma, desde un punto de vista formal. Pero eso no es suficiente, porque un idioma es algo que hay que “vivir”, al igual que montar en bicicleta. Por tanto, también son herramientas de expresión la elocución, la conversación y la escucha. En esta parte del aprendizaje o de la práctica de un idioma, suelen intervenir factores psicológicos en cierta medida incapacitantes, ya que no es plato de gusto para nadie exteriorizar algo que hace mal; y si solo hemos aprendido los aspectos formales de un idioma, lo normal será no comprender lo que se oye y no pronunciar bien lo que se dice. Pero como dijo Niels Bohr “un experto es alguien que ha cometido todos los errores” por tanto ¡adelante, démosles a los pedales, equivoquémonos!
Nuestra sugerencia es ponerse, incluso con un nivel de conocimiento muy básico, a hablar o “chapurrear” lo antes posible y lo más posible. Si no tenemos un amigo nativo del idioma que aprendemos o un buen samaritano (también nativo) dispuesto a charlar con nosotros, podemos recurrir a los innumerables grupos de conversación que se anuncian en internet. Hay que ir sin miedo y aunque en un primer tiempo pasemos un mal rato (“Hola, soy Pedro y hablo fatal inglés”) la asiduidad en ejercicios de conversación aporta muchas recompensas. Es aconsejable que en el grupo de conversación no haya solamente Pedros avergonzados, sino también nativos. De hecho, los grupos de conversación bien organizados suelen juntar a los participantes por niveles y situar un nativo en cada grupo, que dirige la conversación, corrige y aclara dudas.
Como obviamente no nos podemos pasar la vida con nuestro grupo de conversación, hay otras formas de practicar cada día la parte “viva y sonora” de un idioma. Los grandes clásicos en la materia son las canciones en el idioma que estudiamos y las películas en versión original. Internet proporciona las letras de prácticamente todas las canciones (¡siempre que no busquemos una canción popular chechena!) y todas las plataformas de cine, series y televisión tienen una función “mágica” que pone el programa en versión original. Es bien sabido que el progreso está en la disciplina así que una buena norma puede ser una canción al día y una serie o documental o programa en versión original al día. Y con respecto a la canción, aunque uno desafine terriblemente, es bueno leerla y repetirla después de oírla, varias veces.
Parece evidente insistir también en la importancia de leer y tenemos la suerte de poder acceder a todo tipo de recursos escritos en la red, lo que proporciona la diversidad indispensable para no caer en el aburrimiento. Leer sirve para escribir, para ampliar vocabulario y para entender la estructura de un idioma. Nadie aprende a hablar leyendo, pero es imposible ampliar el espectro de la expresión si no se ha leído antes.
Y como práctica diaria discreta y efectiva, puede uno acostumbrarse a preguntarse cómo se dicen todas las cosas del cotidiano en el idioma que estamos aprendiendo. Y responderse a sí mismo en voz alta, obviamente. Así podremos afianzar las que sabemos e investigar las que no. (Personalmente, para mi práctica diaria utilizo la aplicación Duolingo para refrescar el alemán que aprendí hace muchos años y la recomiendo sin dudarlo.)
Tienen que producirse dos fenómenos, uno sencillo y otro complejo.
El fenómeno sencillo es emocional. Es el hecho de aficionarse, cogerle gusto al idioma, encontrar que algunas palabras son más bonitas en el otro idioma que en el propio, acostumbrarse a decir breakfast en lugar de desayuno, divertirse desafiándose a uno mismo en conocer y usar el mayor número posible de palabras y frases, en definitiva, disfrutar de lo aprendido y apropiárselo. Tarde o temprano (y con la práctica) pensar en el otro idioma sucederá con naturalidad.
El fenómeno complejo es neurológico. Se trata de generar los reflejos y automatismos cognitivos del propio idioma para el que se quiere dominar. Esa “gimnasia cerebral” ni es fácil ni es rápida ni depende exclusivamente de querer conseguirlo. Es el resultado de todo lo expuesto anteriormente, llevado al punto más avanzado del aprendizaje. Pero hay una buena noticia: no necesitamos llegar a ese punto para emprender nuestra aventura de estudiar en un país extranjero expresándonos de forma satisfactoria. Es, como muchos de los logros humanos, cuestión de voluntad y de entusiasmo.