Mantener el contacto mientras uno está estudiando fuera es importante y saludable, sobre todo si es la primera vez y por un periodo relativamente prolongado. Mantener la comunicación en el extranjero ayuda a reducir la distancia. A pesar de la ilusión por la nueva experiencia que uno sienta, e incluso si es algo que uno ha deseado con todas sus fuerzas, la sensación de distanciamiento y de soledad puede asaltarnos de vez en cuando.
Es evidente que Internet y las múltiples herramientas de comunicación en tiempo real han cambiado mucho las cosas y la posibilidad de conectarse casi en cualquier momento – aunque no siempre en cualquier lugar – con la familia y los amigos supone una enorme diferencia en comparación con los tiempos del correo postal o de las “conferencias” por teléfono que han conocido otras generaciones, no hace tanto tiempo.
Posiblemente no sea necesario inventariar en este artículo todas las vías, aplicaciones, sistemas y posibilidades existentes para comunicar desde la distancia. Todo el mundo, y las nuevas generaciones más aún, utilizan a diario Whatsapp, FaceTime, Messenger, Skype, Telegram, Snapchat… Es difícil imaginar el mundo actual sin la posibilidad de conectarse en tiempo real con texto, audio y video de forma constante. Haciendo un inciso, me llamó la atención hace algunos días el análisis que vi en una conferencia sobre la incongruencia de la mayoría de guiones cinematográficos de otros tiempos, en los que parte de la trama y de los giros se debían precisamente a la imposibilidad de comunicar, que hoy en día sería absolutamente inverosímil. Lo difícil hoy es no comunicar.
Estudiar en el extranjero es dejar atrás la comodidad de la casa, la familia, las costumbres, los amigos y todas las pequeñas cosas del cotidiano que nos hacen sentir seguros incluso cuando, en ocasiones, nos resulten ya rutinarias y aburridas, por eso es tan importante la comunicación en el extranjero. Y alejarse del círculo con el que solemos hablar de las cosas de la vida que nos van pasando día a día supone acostumbrarse a “limitar” o “restringir” ese intercambio ininterrumpido, porque en la distancia ya no será tan fácil ni tan lógico contar continuamente lo que nos va sucediendo.
Es cierto que no todas las personas tienen las mismas necesidades de comunicar y hablar y por tanto no resulta tan difícil para todos el modificar esos hábitos. Sin embargo, la comunicación en el extranjero no solamente es «lo que se cuenta» ni la frecuencia con que se cuenta; es también el nexo que en la distancia parece siempre menos tangible.
Evidentemente, pasadas las primeras semanas y si todo sigue un curso normal, ya habremos establecido contacto con otras personas en nuestro lugar de destino con las que podremos comunicar con más o menos confianza y facilidad, por lo que la sensación de aislamiento que tanto mitigan las redes sociales será menor y la necesidad de contactar con los nuestros menos acuciante.
Hay que considerar también que, a menudo, la necesidad de comunicar procede más de casa que de uno mismo. Muchos padres sienten algunos temores y se preocupan por sus hijos, por lo que la comunicación se ocasiona más por calmar esas inquietudes (casi siempre infundadas) que por contar como nos está yendo cuando aún no estamos ambientando. Pero igualmente, pasadas unas semanas cuando se instalen las nuevas rutinas y se adquiera más seguridad y confianza en el lugar de destino, la comunicación “ansiolítica” se reducirá al tiempo que los contactos podrán espaciarse. Más difícil lo tendrán los padres de aquellos estudiantes de por si poco comunicativos, que se verán además inmersos en el proceso de adaptación en los primeros tiempos, olvidando a menudo contactar con la frecuencia que desearían sus padres. Huelga quizás decir que ante la separación por el periodo de estudios y todo lo que ello implica, deben prepararse tanto los hijos como los padres.
En mi opinión, lo más beneficioso es acostumbrarse a establecer una comunicación más cualitativa y menos cuantitativa, pasado cierto tiempo. El cuenta-gotas de las mil y una menudencias del día es, además de poco práctico en la distancia, bastante frustrante y no hace sino reproducir el hábito que quizás se tuviera en casa y que en el fondo no aporta sino la sensación de comunicar por obligación. Por el contrario, distanciar los contactos para poder acumular cosas que contar incluso sin fecha ni horario preestablecidos brinda la posibilidad de contar más cosas, de sorprender con una llamada o un mail, y de estar deseando comunicar. Parece un consejo un poco a contracorriente en tiempos de mensajes continuos y comunicación omnipresente pero a la larga siempre es más gratificante la calidad que la cantidad.
Y para finalizar, aquí van tres apuntes:
1. La posibilidad de escribir un blog ofrece la doble ventaja de ser una forma de comunicar con todos los que hemos dejado “en casa” a la vez que se conserva un diario, o una narración, de ese tiempo que vamos a pasar fuera.
2. Enviar una postal de tarde en tarde es un gesto bonito que rememora formas de comunicación que ya apenas se usan pero que iluminan cualquier buzón de correo.
3. Y recordar que la mejor comunicación en el extranjero, que es la presencial, será la que habrá que cuidar, en todas y cada una de las ocasiones que tendremos de estar, aunque sean pocas horas, junto a los nuestros durante esos meses de “ausencia”.