Se habla mucho de poner límites porque es la asignatura pendiente de muchísimas personas. No quiero que te frustres si identificas que es tu caso y aun así no lo consigues, pues poner límites es difícil (que no te engañen las cuentas de Instagram) y saberlo es un primer paso. Con este artículo solo quiero darte información clara y útil al respecto, pero en muchas ocasiones, las razones por las que nos cuesta poner límites son algo que debemos sanar poquito a poco, con tiempo y trabajo. Te invito a pedir ayuda profesional o en tu entorno cercano si la necesitas.
¿Qué es poner límites y cómo se hace? ¿Cómo descubro los míos? Es normal tener límites a la hora de tener contacto físico, y tanto por mí como por el resto, lo mejor para dibujar los límites, es tener una cultura del consentimiento, pedirlo y darlo. ¿Te apetece seguir leyendo y descubrir más sobre este tema?
Poner límites es dibujar líneas con los demás y conmigo mismo que no deben ser cruzadas. Es comunicar lo que no queremos, no nos viene bien o no estamos dispuestas o dispuestos a hacer, pero no es defender lo que pensamos como una imposición, ni ser sincero sin filtro ni responsabilidad afectiva.
Los límites están muy ligados a la asertividad, por lo que te recomiendo que consultes este artículo.
Cuando ponemos límites nos sentimos protegidas o protegidos.
Poner límites no es ser egoísta o mala gente ni estar castigando a la otra persona. Los límites se pueden poner desde el amor y las ganas de cuidarnos. Lo ideal es hacerlo desde el principio, en cuanto surge un pequeño conflicto, desde un estado calmado y reflexivo que tiene en cuenta nuestras necesidades y las de la otra persona, sin esperar a los “límites volcán” o aquellos que ponemos desde la explosión y el enfado, cuando ya no podemos más con una situación en la que hemos estado tragando.
Es genial tener en consideración las necesidades de las otras personas, pero no significa que las prioricemos. En muchas ocasiones las ponemos por delante de las nuestras por miedo al rechazo o a perder al otro. No se trata de ponerme por encima, pero tampoco por debajo, sino de mantener el equilibrio comunicando honestamente.
Si decimos que no a la otra persona, nos sentimos culpables por no responder a sus necesidades o por la posibilidad de hacerle daño, pero si no actuamos conforme a lo que realmente queremos también nos sentiremos culpables con nosotras o nosotros mismos por no sernos fieles. Y también le estaremos fallando a la otra persona por engañarle accediendo a aquello que no queremos realmente o implicándonos más de la cuenta en complacerle cuando cada persona debería mantener y cuidar su espacio personal.
Y para eso están los límites, para delimitar dónde acabo yo y dónde empiezas tú, compartir sin invadir. La única opción es quitarnos el peso de la culpa al decir que no. Tenemos derecho a hacerlo.
Descubrir nuestros límites requiere autoconocimiento, ¿qué busco?, ¿qué necesito? ¿qué puedo sostener? Esto puede dar miedo porque nos encontramos de cara con nuestras heridas, pero si encuentro respuesta a estas preguntas y me respeto a mí misma, los demás también lo harán. Así me empodero y mi autoestima mejora, porque soy capaz de mostrarme como soy y colocarme en mi lugar, sin desdibujar la línea que me separa del resto. Consigo sentirme libre de compartirme sin riesgo de perderme. Es un proceso verdaderamente complejo, pero necesario para vincularnos de una forma madura, sana y equilibrada.
No a todas las personas les gusta el contacto físico del mismo modo, ni les gusta todo el tiempo, ni se sienten cómodas con todas las personas en las distancias cortas. Como contacto físico incluyo abrazos, besos, caricias, masajes, cosquillas, agarrar de la mano… Las muestras de afecto físico son una opción, del mismo modo que lo es no tenerlas.
Por ejemplo, hay personas que odian que le toquen los pies, mientras que a otras les encanta un masaje de éstos. Hay personas que no tienen cosquillas, otras para las que son divertidas o son una tortura. Con personas con las que tenemos más relación nos puede apetecer besarnos y abrazarnos, pero con alguien que estamos conociendo quizá no… o quizá ya no me apetece seguir haciéndolo, aunque antes lo hacíamos…
Para disfrutar de estas experiencias compartidas, lo mejor es mirarte por dentro para estar segura o seguro de qué quieres tú, y saber si la otra persona está disfrutando también… Saber que ha elegido mostrarte ese afecto o recibir ese amor de tu parte y no está “siguiendo el juego” por compromiso, vergüenza, miedo al rechazo, falta de conciencia sobre la situación… Esto último podría pasar, por ejemplo, bajo los efectos de alguna droga como el alcohol.
¿Cómo puedo saberlo? ¿Eso se nota? ¿El lenguaje corporal es evidente y nuestra interpretación fiable? Como no somos adivinos ni adivinas, lo mejor es preguntar, esto es, pedir consentimiento: ¿te apetece?, ¿te gusta? Del mismo modo que es maravilloso decirle al resto lo que nos apetece para que así puedan darnos ese gusto, ¡sin miedo! Que hablando se entiende la gente…
Es necesario consentir y pedir consentimiento de forma explícita y clara, para saber los límites que tiene la otra persona y que esa persona conozca nuestros límites. Hay situaciones que son complicadas y lo mejor es preguntar a la otra persona qué le apetece, con qué se siente cómoda y hasta dónde quiere llegar.
El consentimiento, para ser válido, ha de ser:
Creo que para entender el consentimiento no hay nada mejor que la metáfora de la taza de té, ¡no te pierdas el vídeo!
Si preguntamos los límites evitamos divertirnos a costa de incomodar a otras personas, para algunas puede llegar a ser una situación desagradable y violenta de la que no saben cómo escapar. No sabemos las vivencias por las que ha pasado la otra persona y no podemos juzgar que le cueste comunicar y cortar la situación cuando ya está ocurriendo. Lo mejor es preguntar para no dejar lugar a la duda.
Cuidarnos es poner límites y pedir consentimiento,
Psicóloga y acompañante de personas en situación de vulnerabilidad: experiencia con menores en riesgo de exclusión social, migraciones, diversidad funcional y colectivo LGBTIQA+. Amante de todas las formas de vida, su misión es crear espacios sostenibles. Cooperante y gestora en proyectos de agroecología y protección animal. Escritora y fotógrafa en búsqueda de aprendizajes. “Cualquier momento es bueno para la ternura”.