Muchos padres se preguntan a qué edad es conveniente comprarles un teléfono móvil a sus hijos. Está tan masivamente extendido el uso de estos dispositivos que los niños, a partir de una temprana edad, sienten la necesidad de disponer de uno, tanto porque ven a sus padres hacer uso permanentemente de ellos, como porque algunos de sus compañeros han empezado a usarlos antes que ellos. Todos hemos asistido a escenas en las que los padres entretienen a sus hijos pequeños dejándoles jugar con el teléfono y no es de extrañar que pidan uno propio en cuanto pueden.
Si bien es fácil limitar el uso de un smartphone en un niño pequeño – asumiendo la contradicción de “acostumbrarlo” a jugar con ellos – puede resultar un ejercicio de resistencia oponerse a la demanda insistente de un niño más grande, ya no digamos cuando entran en la adolescencia. Y la «lucha» tiene una dificultad proporcional al número de amigos o compañeros del colegio que ya disponen de uno.
El teléfono móvil, o smartphone, es una «herramienta» que se ha convertido en EL medio principal para estar conectado con los demás tanto en el ámbito familiar como en el social. Los niños descubren esto muy pronto, además de las infinitas opciones de entretenimiento y juego que les proporciona.
Antes de preguntarse a qué edad es razonable entregarle un teléfono móvil a un niño, conviene preguntarse si es necesario, es decir si tiene, además de todas las características adictivas que tanto nos preocupan, una utilidad real para su vida en esa etapa. Se observa la tendencia de regalar el primer teléfono móvil en el momento en que tienen que hacer trayectos en solitario, porque es cuando los padres, en realidad, se garantizan a sí mismos una mayor seguridad de que sus hijos estén localizables cuando salen “solos” al mundo. En ese sentido, y por destacar también ventajas a estos aparatos que a menudo se “satanizan”, el móvil puede ser una buena herramienta de autonomía para un niño pre-adolescente. Obviamente, cada caso debe considerarse individualmente, porque hay niños más responsables que otros y el uso que hagan con el dispositivo será muy distinto en un niño concienzudo que en un niño díscolo o distraído.
En cuanto a la “frecuencia” y motivos de utilización, parece evidente que niños jóvenes y pre-adolescentes con un móvil nuevo y sin normas de utilización estarán “como niños con zapatos nuevos”. Así que la concesión de un teléfono debe ir asociada a una educación en el uso y unas restricciones razonadas si no queremos tener unos niños adictos y abducidos en menos de tres meses.
Es muy fácil para un niño (¡y para un adulto!) convertirse en usuario intensivo del móvil no solo por las comunicaciones, sino para oír música, ver y hacer vídeos, chatear, y navegar en internet. Este último punto es, quizás, el más preocupante para los padres, ante los casos que destapan periódicamente los medios de comunicación sobre ciber-acoso, depredadores sexuales y demás historias, a veces aterradoras, de conductas desviadas que toman a los más jóvenes como víctimas preferidas.
Hay que estar por tanto especialmente atentos al uso que hacen los niños, informarles y guiarles, restringir el tiempo y los horarios de uso -la noche debe reservarse para descansar y dormir, sobre todo para los niños- establecer las protecciones y limitaciones oportunas (control parental, etc) y, sobre todo, proporcionar a los niños otras fuentes de ocupación que puedan resultar igual o más atractivas que ensimismarse en su dispositivo.
Aunque para los adultos parezca una evidencia (aunque algunos comportamientos dan que pensar en la “madurez” de los adultos en el uso) la utilización del smartphone en la calle puede ser arriesgada en ocasiones, ya que, al focalizar la atención, uno puede cruzar una calle sin mirar, chocarse con personas u obstáculos, o ser víctima de un hurto. Y en esa línea de precaución, es indispensable avisar a los más jóvenes que no deben usar el dispositivo en bicicleta, patinete, roller o cualquier otra actividad que requiera prudencia y atención.
Es importante también educarles en un uso respetuoso en los lugares públicos, ya sea en clase, en la biblioteca, en el cine, en un hospital o en cualquier lugar donde sea inapropiado e incluso de mala educación – o está prohibido – mantener conversaciones o producir ruido (oír música, ver videos o escuchar mensajes) ante terceros. En la misma óptica, un niño debe ser informado de que no puede fotografiar ni filmar lo que se le antoje porque la protección de datos y el respeto a la privacidad no tiene limitaciones de edad. Es también válido para protegerse a sí mismos y deben comprender que no deben publicar demasiada información, ni gráfica ni de otro tipo, sobre ellos mismos, por los mismos peligros que enunciábamos antes.
Cierto es que a los padres de niños jóvenes les ha tocado, en estos últimos tiempos, lidiar con un reto educativo en el que el “adversario” es bien difícil de derrotar. La “invasión” de los dispositivos de telefonía móvil esta tan extendida a todas las actividades y ocupaciones que puedan realizar las personas, que pretender su control y su limitación puede ser tarea de titanes, además de parecer, en ocasiones, anacrónicas ya que luchar contra lo que acompaña a los tiempos modernos nunca ha sido fácil.
La incorporación del smartphone a la vida de los más jóvenes debe supeditarse a la necesidad de protegerles, educarles, ayudarles a crecer de forma responsable, lejos de peligros y adicciones… Pero del dicho al hecho, no son pocos los esfuerzos exigidos a los padres.