Lo material nos proporciona cierta sensación de seguridad y comodidad, pero ¿Dónde queda la generosidad hoy en día?. Tener el coche que deseamos, la casa que siempre hemos soñado, ropa de temporada y de nuestra marca favorita, suficiente dinero para tener todo tipo de experiencias y de bienes tangibles, nos aporta riqueza material. Pero esta abundancia no siempre se traduce en bienestar emocional. A menudo seguimos sintiéndonos solos, vacíos y perdidos; emocionalmente pobres.
Este malestar insaciable lleva cada vez a más personas a parar, a bajar el ritmo, a llevar una vida más sencilla y tranquila, y a cuestionarse las motivaciones reales de su tendencia a acumular. ¿Cuál es el valor de tener más cuando no disponemos de tiempo para disfrutarlo?, ¿Cuál es la utilidad de tener una imagen de éxito y reconocimiento si no nos encontramos bien con nosotros mismos?, ¿Qué es lo que realmente importa para ser más felices?
Nuestro bienestar emocional no depende de lo que hacemos ni de lo que tenemos, sino de quiénes somos y de cómo nos sentimos.
Borja Vilaseca
Una forma de equilibrar lo material con lo emocional, poniendo lo que tenemos al servicio de lo que somos, es a través de la generosidad. Según los estudios del economista norteamericano George F. Loewenstein, una vez asegurada nuestra supervivencia básica, el altruismo repercute positivamente en una vida más satisfactoria y plena. Dar, y hacerlo de forma correcta, nos aporta mayor bienestar emocional que poseer.
Otros beneficios de generar en nuestras vidas una cultura de generosidad son los siguientes:
El apego genera insatisfacción. Dar a quien lo necesita de verdad puede ayudarnos a no depender de lo material, a desapegarnos. Nos libera.
Con el paso del tiempo y con algunas metas vitales alcanzadas comenzamos a dar todo por garantizado. No reparamos en que hay muchas personas que no tienen lo que nosotros. Darnos cuenta de esta realidad nos empuja a dar valor y a agradecer nuestros privilegios y el camino andado.
Enfocarnos en el bien común, a través de acciones generosas, nos aporta una idea de propósito, un objetivo mayor. Además, la generosidad es contagiosa. Cuando damos podemos ser ejemplo e invitar a otros a dar. Se multiplican sus beneficios.
Y más allá de lo tangible: compartir nuestro tiempo, nuestra compañía, nuestra escucha, mejora nuestras relaciones personales. Se fortalecen los vínculos y es fundamental en cualquier posición de liderazgo.
El regalo más preciado que podemos dar a otros es nuestra presencia
Thich Nhat Hanh, líder espiritual, poeta y activista por la paz
Cuando contribuimos con personas o comunidades con graves problemas y que necesitan nuestra ayuda, cuando miramos como podemos mejorar el mundo en el que vivimos, nuestros problemas personales se colocan en una perspectiva más realista.
Nuestros actos de generosidad ayudan a crear valor en los demás y en nosotros mismos, mejorando nuestra autoestima.
Tenemos muchos motivos para ser personas generosas, para practicar el altruismo y disfrutar de sus beneficios. Pero ¿son realmente todos nuestros actos de generosidad auténticos? La generosidad puede encontrarse con algunas trampas que esconden todo lo contrario, egocentrismo y codicia. Vamos a llamarlo:
¿Te resultan familiares algunas de estas trampas? ¿Sueles caer en alguna de ellas? Cuéntanos tu experiencia con la generosidad.
Las personas más egocéntricas son también las más infelices
Henry David Thoreau
Las personas generosas no sienten que se sacrifican, disfrutan de dar por el placer de dar. Saben recibir, agradecer y permitir que los demás también tengan su propia experiencia al compartir. Añaden valor con lo que entregan, sea tiempo, atención, cuidados o algo material. Saben dar lo que los demás necesitan, preguntando y escuchando. Son empáticos y se centran en los demás, no en el beneficio propio. La cultura de la generosidad debe incluir un sentido de abundancia, confianza y honestidad.
Gracias por tu tiempo y por tu interés en nuestro artículo.
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