Todo lo que hemos vivido nos crea una huella que va a influir, tanto en nuestra manera de entender el mundo, como en los comportamientos que llevamos a cabo en nuestras relaciones de pareja. Cuando estas experiencias pasadas han tenido una carga emocional negativa, nuestra parte afectiva se va a ver condicionada y esto nos puede llevar a crear vínculos tóxicos en las relaciones.
Una relación tóxica es aquella que genera malestar y daña nuestra integridad física y psicológica; todo lo contrario a lo que debe ser una relación. He empezado este artículo haciendo referencia a nuestras experiencias, para que quede clara la importancia de tener presente que hablo de «relación tóxica» y no de «persona tóxica»; los aprendizajes pasados nos pueden hacer tener comportamientos tóxicos en determinados momentos de nuestra vida (ojo, esto no es una justificación, sino una explicación a determinadas conductas).
Cuando etiquetamos a alguien, lo estamos privando de la posibilidad de cambiar, dando por hecho que esa persona es así y no tiene solución, cuando sí que la hay. De hecho, en el momento en el que decidimos iniciar una relación estamos aceptando que va haber comportamientos que vamos a tener que modificar para que nuestra relación funcione. Cambiar comportamientos no significa cambiar nuestra manera de ser, ya que estas respuestas que emitimos, y más en las relaciones con los demás, van cambiando a lo largo de toda nuestra vida. Esto va a permitirnos llegar a acuerdos en los que ambas partes se sientan cómodas.
Vamos a ver las diferentes fases por las que se pasa en una relación tóxica para entender mejor el proceso, la evolución de la misma y poder reconocerla.
En esta primera fase, la del enamoramiento, nos sentimos como si estuviéramos flotando en una nube, donde todo es perfecto. Sentimos que el vínculo que estamos creando es mágico, el más especial de todos los que hemos tenido y creemos que la persona con la que estamos es el amor de nuestra vida. Además de esto, no vemos ningún defecto en la otra persona o, si lo vemos no le damos ninguna importancia.
Estas sensaciones son fruto de una serie de sustancias que genera nuestro cuerpo cuando nos encontramos en este punto del proceso de una relación y, a diferencia de creencias generales o de empeñarnos en sentirnos siempre así, esto no dura eternamente ya que son procesos biológicos transitorios. Tras la etapa del enamoramiento, vendría una fase más madura, de convivencia, pasamos del enamoramiento al amor y nos sentimos tranquilos y seguros en nuestra relación.
En este momento de la relación empiezan a darse situaciones disfuncionales que se aceptan o normalizan, convirtiéndose en lo habitual. Por ejemplo, podemos encontrarnos con que nuestra pareja invalida nuestras emociones, no empatiza con nuestros sentimientos, nunca está para nosotros cuando la necesitamos o juzga nuestros comportamientos o las decisiones que tomamos.
Partiendo de la creencia de que nuestra relación es la mejor y la persona que tenemos al lado es el amor de nuestra vida, justificamos todos estos comportamientos que no deben tolerarse, como malentendidos o cosas puntuales. Así, una gran parte de nuestra vida empieza a girar en torno a nuestra pareja, pasando de que sea un espacio seguro y donde disfrutar, a comportamientos encaminados a hacer que funcione, a que no se enfade o se moleste, para que así, la relación no se acabe.
En este punto ya no nos sentimos bien, no sentimos esa ilusión que antes nos movía, ya que la relación nos aporta más cosas negativas que positivas. Y aún así, nos empeñamos en salvarla. A pesar de las justificaciones o de los pensamientos de confianza en que todo irá a mejor, en el fondo somos capaces de darnos cuenta de que hay cosas que han cambiado y que no encajan con la persona que tenemos al lado, o con lo que creíamos que teníamos.
Sin embargo, los pequeños momentos en los que nos sentimos bien y conectados con esa persona, nos hacen quedarnos. Este refuerzo intermitente, es decir, estos momentos de conexión absoluta (refuerzo) y aquellos en los que no encajamos, nos mantienen enganchados. Hacen que aprendamos que las relaciones funcionan así, teniendo días buenos y días malos, que el amor es tanto sufrimiento como felicidad; esto crea una relación de dependencia provocada por estos cambios emocionales.
Y evidentemente, una relación de pareja puede ser muchas cosas, pero nunca sufrimiento; es amor, cuidado, comprensión y confianza, es un espacio seguro.
En esta fase la relación es insostenible ya que comenzamos a experimentar situaciones en las que los reproches, los insultos, las conductas pasivo-agresivas o la violencia, se vuelven la tónica habitual.
Es muy probable que en este punto se tome la decisión de romper ese vínculo, gracias a ese golpe de realidad y por aceptar que una relación de pareja no es nada de eso; así que se decide acabar con el sufrimiento.
Sin embargo, al poco tiempo, uno de los dos vuelve, intentando transmitir el dolor que le invade y de todas las cosas que se ha dado cuenta que tienen que cambiar para hacer que funcione, prometiendo que esta vez será mejor.
Sin embargo, todos esos mensajes están cargados de mentiras, victimismos, chantaje emocional y manipulación. La realidad de todo esto es muy complicado verlo, ya que viene maquillada de mensajes bonitos, de arrepentimiento y de palabras de “amor” que nos hacen pensar que lo sienten así realmente, así que accedemos a volver y retomar la relación.
Y así, al dar esta nueva oportunidad, a la que creemos que será esa relación ideal llena de cosas buenas y con el amor de nuestra vida, entramos en el bucle de las relaciones tóxicas, pasando una y otra vez por todas las etapas en las que el tiempo hará que la última de ellas acabe siendo la más predominante.
Evidentemente una relación no es sufrimiento, sino todo lo contrario, es algo que te sume, que saque lo mejor de ti y donde poder ser y estar en paz (os dejo un artículo sobre la creación de relaciones sanas). Ser conscientes de esto y ser capaces de cortar definitivamente una relación no es fácil, pero se puede. Es importante saber identificar todo lo que venimos viendo y, sobre todo, tener la certeza de que no nos merecemos que nadie nos haga la vida más difícil y dolorosa.
Tomar la decisión de acabar con la relación puede doler, pero estar con alguien que nos hace sufrir, duele más aún. Llevar esto a cabo no es sencillo, pero hay dos ejercicios que nos pueden ayudar para seguir con esta decisión hasta el final:
Alba es psicóloga sanitaria y ha realizado un máster de migraciones internacionales, salud y bienestar, además de proyectos de cooperación en Senegal, con menores en riesgo de exclusión social así como talleres con refugiados e hijos víctimas de violencia de género. Trabaja como psicóloga en una ONG con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad dando un servicio de atención terapéutica y realizando actuaciones de sensibilización y asesoramiento para la prevención de la violencia y la promoción de la salud mental. Su misión es conseguir el bienestar de la persona, la promoción de una sociedad inclusiva e intercultural y el desarrollo integral de las personas más vulnerables.