Irse de casa para emprender estudios fuera siempre supone un cambio importante en la vida. Y uno de los aspectos más complejos de resolver, en muchos casos, es el tipo de alojamiento que uno va a tener que elegir. Esa elección no es fácil, porque si uno siempre ha vivido en familia no dispone de elementos de juicio suficientes para saber si le irá mejor en un piso compartido, en un alojamiento individual o en una residencia universitaria. Con frecuencia, el criterio económico viene a resolver muchas dudas, pero, aun así, es útil analizar los pros y contras de cada una de las fórmulas, sabiendo que, en el peor de los casos, siempre se podrá hacer un cambio, aunque no resulta fácil una vez iniciado el curso.
Vivir solo significa vivir libre pero también vivir en solitario. Desde un punto de vista financiero, es obviamente la fórmula más cara y en caso de encontrar algún alojamiento individual económico hay muy pocas probabilidades de que reúna condiciones suficientemente satisfactorias.
Cierto es que la vida «independiente» da la posibilidad de hacer todo lo que uno no hace ni en casa de sus padres, ni en un piso compartido. Uno puede vivir a su ritmo, marcar sus propias reglas y horarios, escuchar la música que quiere, monopolizar el cuarto de baño, recoger la cocina o hacer limpieza cuando a uno le viene en gana, recibir a sus amigos sin tener que compartir espacio con nadie, y estar tranquilo para estudiar.
Pero, por otra parte, uno es responsable de todo lo que supone vivir solo: limpieza, mantenimiento, compras, alimentación, control de suministros y todo ello supone unas obligaciones que muchos estudiantes no saben ni quieren afrontar.
Desde el punto de visto contractual, alquilar un piso a título individual, aunque uno sea estudiante no es distinto a hacerlo como particular y el propietario pedirá las mismas garantías, o quizás más, que a un inquilino que pueda justificar ingresos y garantías. Sin embargo, en casi todas las ciudades existe un “cupo” de pisos amueblados que sus propietarios destinan tradicionalmente a estudiantes, ya que saben que contarán con el aval de sus padres y que el alquiler tendrá una duración limitada.
Las residencias universitarias son el camino más rápido para una inmersión completa en el mundo universitario desde el primer momento.
Además de estar, habitualmente, a poca distancia de la universidad a la que están adscritos, ofrecen todos los servicios que uno puede necesitar sin tener que preocuparse de contratos, mantenimiento ni cuestiones de orden doméstico. Se puede optar por una habitación individual o compartida, así como por pensión completa o media pensión y el precio variará en consecuencia.
Son el lugar idóneo para conocer a otros estudiantes y poder estudiar con otros compañeros por lo que se mitiga el sentimiento de soledad que acompaña el “abandono” del hogar familiar y se toman rápidamente las costumbres de la vida universitaria. A cambio se disfruta de algo menos de privacidad, se deben respetar ciertas reglas y horarios de convivencia, pero el cumplimiento cuesta poco en comparación con las ventajas que ofrecen, máxime cuando se sabe que es por un tiempo limitado. Entre otras cosas, porque es la decisión que más estudiantes toman el primer año, optando más adelante por el piso compartido.
El piso compartido es el que proporciona, con diferencia, los mejores recuerdos de la vida de estudiante… pero en ocasiones también ¡los peores!
Convivir con desconocidos – en un principio – o con amigos es una experiencia humanamente enriquecedora y financieramente beneficiosa, aunque también tiene sus inconvenientes y sus limitaciones.
Al compartir gastos y disponer de un presupuesto de salida mayor, la vivienda a la que se puede optar, y que habrá que compartir – pude ser mayor o estar en mejores condiciones. Si bien en teoría cada uno dispone de una habitación y derecho a uso compartido de los cuartos de aseo y de la cocina, es normal que se pasen momentos en común en alguna sala de estar o salón, lo que puede llegar a “re-crear” una suerte de ambiente familiar que hace que uno se sienta siempre acompañado. Lo deseable es convivir con gente afín, pero eso no siempre es posible cuando los propietarios anuncian habitaciones y van llenando el piso a medida que reciben candidaturas. Alguna ventaja adicional para aquellos que se incorporan a un piso en el que ya conviven estudiantes es que pueden pedir ayuda para orientarse por el barrio o por la ciudad.
Uno de los mayores inconvenientes es, a menudo, la imposibilidad de recibir amigos o familiares ya que no se suele disponer de espacios adicionales y hay que tratar de evitar “imponer” a los compañeros de piso visitas que no desean o no les agradan. Es importante también establecer reglas claras y justas de orden, limpieza, compras y reparto de gastos porque la mayoría de los problemas suelen surgir por esas causas, si no se han estipulado o, simplemente, si no se respetan.
Vivir en un piso compartido también es la iniciación a cierta convivencia adulta. Mientras se ha vivido en casa de los padres, la convivencia ha seguido unas pautas de padres/hijos. Esta nueva modalidad, entre personas que quizás luego no vuelvan a verse pero que comparten una experiencia común, es un verdadero aprendizaje de respeto, solidaridad y esfuerzo común.
En todo caso y a modo de conclusión, se podría dibujar un itinerario de vida estudiantil o universitaria que arrancara en una residencia, continuara en un piso compartido, y terminara en una vivienda individual.
Porque al tiempo que pasan los años de estudios, los jóvenes maduran y sus necesidades o deseos pueden cambiar.