Desde pequeños nos enseñan qué son las emociones y cómo diferenciarlas. Sin embargo, antes de entenderlas o de que tengan un sentido para nosotros, ya las estamos experimentando. Cada día, en cada situación en la que nos encontramos, sentimos diversas emociones que influyen en nuestras decisiones y en el rumbo que toma nuestro día.
No hay que olvidar, que, dentro de nuestras experiencias, de las decisiones que tomamos o de la interpretación que hacemos de lo que nos pasa, las emociones vienen acompañadas de la razón. Ambas trabajan juntas para ser una especie de guía en nuestras vidas. Mientras que la razón nos permite pensar, reflexionar o formar juicios de una determinada situación, las emociones son respuestas psicofisiológicas a estímulos internos o externos.
Cuando tenemos una emoción o sentimiento fuerte, ocupa casi todo el espacio dentro de nosotros y esto hace que sea más complicado ver las cosas desde una parte más racional. Por ello, muchas de nuestras conductas son más emocionales, impulsivas.
Si nos enfadamos es probable que hablemos de forma irrespetuosa a la otra persona o demos un golpe. Estamos actuando desde la emoción, de forma impulsiva.
Si pensamos en tomar una decisión, es normal que nos surjan dudas acerca de cuál es la mejor forma de hacerlo, aquella que nos va a beneficiar más. Normalmente, tendemos por el uso de la parte lógica, racional, ya que nos permite tomar una decisión consciente y previamente reflexionada. Vamos a ver qué ocurre si aplicamos esto.
En la elección de una carrera universitaria, si atendemos únicamente a la parte racional y pensamos en que sea la que más salidas tiene o la que más nos conviene para nuestro futuro, sin que nos guste, al final las emociones que vamos a tener serán desagradables. Esa incomodidad o angustia permanente hará más complicado conseguir nuestro objetivo y nos generará malestar personal.
Por el contrario, cuando nos dejamos llevar únicamente por nuestras emociones y descartamos la parte racional, podemos encontrarnos en situaciones complicadas, que nos pueden generar sensaciones negativas en nuestra vida.
Por ejemplo, mantener una relación con alguien a pesar de saber que no es lo mejor para nosotros. Esto puede suceder cuando nos aferramos a la idea de estar con esa persona debido a la conexión emocional que sentimos, incluso si la relación presenta problemas o nos hace daño. Las emociones pueden nublar nuestro juicio y hacer que ignoremos las señales de advertencia o minimicemos los problemas en la relación. Justificamos nuestra decisión de seguir juntos con la esperanza de que las cosas van a cambiar o evitando el miedo a estar solos; al ignorar la parte racional mantenemos el sufrimiento y evitamos el crecimiento personal.
Muchas veces, caemos en luchas internas en las que enfrentamos nuestras emociones con argumentos lógicos, intentando separar la razón de nuestras sensaciones. Con esto pretendemos tomar decisiones que sean más acertadas y las que más nos beneficien. Sin embargo, como hemos visto hasta ahora debemos atender a muchos más aspectos, así como a la repercusión que tiene en nosotros y en los demás.
Es importante tener presente que un equilibrio entre la razón y la emoción nos permitirá tomar decisiones conscientes y saludables en nuestras vidas. Por ello hacer un ejercicio de reflexión y análisis de los diferentes aspectos a tener en cuenta, nos llevará a decisiones más beneficiosas. A través de la razón, podemos conseguir generar buenas sensaciones, sentimientos positivos para acompañar al razonamiento al que hemos llegado. De esta forma no nos obligamos a sentir algo mediante una imposición, sino que buscamos razones saludables que faciliten emociones agradables.
Vamos a ver con un ejemplo como podemos aplicar esto. Con el hecho de hacer ejercicio, a nivel racional, todos sabemos, lo sano y beneficios que implica llevar una vida activa, en la que hacemos deporte. Sin embargo, no todo el mundo lo hace o no todos lo mantenemos en el tiempo. Hay un factor emocional, como puede ser el aburrimiento, la desmotivación, la tristeza… que dificulta la realización de actividades deportivas. Aquí, podemos rescatar ese equilibrio entre emoción y razón. A través de esta última, reconoceremos los beneficios lógicos de estos hábitos para nuestra salud física y mental y al mismo tiempo conectamos emocionalmente con el deseo de sentirnos más enérgicos, felices y satisfechos con nosotros mismos. Al encontrar un equilibrio entre el entendimiento racional de los beneficios y la motivación emocional para cuidarnos, es más probable que mantengamos un compromiso duradero con nuestros hábitos saludables.
El bienestar emocional supone encontrar la armonía y la conexión entre nuestras emociones y nuestra razón, para hacer que trabajen juntas y se complementen.
Alba es psicóloga sanitaria y ha realizado un máster de migraciones internacionales, salud y bienestar, además de proyectos de cooperación en Senegal, con menores en riesgo de exclusión social así como talleres con refugiados e hijos víctimas de violencia de género. Trabaja como psicóloga en una ONG con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad dando un servicio de atención terapéutica y realizando actuaciones de sensibilización y asesoramiento para la prevención de la violencia y la promoción de la salud mental. Su misión es conseguir el bienestar de la persona, la promoción de una sociedad inclusiva e intercultural y el desarrollo integral de las personas más vulnerables.