La semana pasada hablábamos de humor, hoy vamos a adentrarnos en terreno pantanoso. La gran polémica sobre si el humor tiene o no límites nace especialmente de la mano del “humor negro”, que utiliza temas oscuros relacionados con las tragedias de la vida. Cuestiona la moral de las personas o lo que es “políticamente correcto”, burlándose de la discriminación en todas sus formas, la religión, la violencia, la política, la guerra, la sexualidad…
En muchas ocasiones, detrás del humor está la humillación o ridiculización de algo o alguien, o de un grupo de personas, y esto trae consigo cuestiones éticas como si debería limitarse.
Me gustaría empezar con esta entrevista, pues las personas que trabajan en el humor son las que más tienen que decir al respecto:
¿El humor tiene límites o no? ¡Al lío!
Hay leyes que regulan que ciertas cosas no sean dichas. También hay debate sobre si debe o no legislarse. Si se hace ¿estaría bien? Una sociedad aspira a que sus leyes tengan valores éticos, pero lo que diga la ley sobre una cuestión no significa que eso sea lo ético. Las leyes implican censura y prohibiciones que entran en conflicto con otros valores, como la libertad de expresión.
Si como sociedad aspiramos a la convivencia ética y queremos conservar la libertad de expresión, entra en juego la importancia de la educación en valores. Si pensamos que una situación en la que se está humillado a alguien es inadecuada, lo ideal es tener estrategias para confrontarla.
El límite legal acaba en lo público, como un tipo de censura, pero en lo privado ¿dónde está?
Intentamos delimitar estas cuestiones por un intento de convivir unas personas con otras. Pero la ética no conoce lo bueno y lo malo como una verdad absoluta, sirve para identificar las preguntas y ayudar a que cada uno se forme su propia opinión, por lo que va a depender de la moral de cada persona.
Según la ética, los actos humanos pueden ser juzgados como aceptables o inaceptables a priori (lo que hay “antes” de la acción, las intenciones) y a posteriori (lo que viene “después” de la acción, las consecuencias).
Para plantearnos si ponerle límites o no al humor, hemos de plantearnos primero de qué creencias o motivación nace este chiste (intenciones o “el antes”), a quién podemos provocar con nuestros chistes y si esas personas van a sufrir un daño (consecuencias o “el después”). Para ello hay que analizar la situación humorística:
A las consecuencias. ¿Qué tipo de repercusiones puede tener un chiste en las personas?
La interpretación es clave, no hay una única interpretación de un chiste o un estímulo humorístico, por ejemplo, un meme que representa una escena machista puede interpretarse como denigración a la mujer o denigración al hombre agresor por cometer ese acto contra la mujer.
El humor en sí no tiene límites. Lo que lo limita es el contexto y las personas implicadas cuando se cuenta el chiste. ¿Te ha pasado alguna vez que te has contenido a la hora de hacer un chiste sobre algún colectivo discriminado (personas negras, mujeres, LGBTIQ+, personas con diversidad funcional…) por si ofendía a alguien? ¿Te ha pasado alguna vez que no te ha hecho gracia escuchar un chiste de este tipo porque te ha resultado de mal gusto o dañino (ya sea para ti o para otras personas)? ¿Quizá has presenciado situaciones similares? El humor se limita en un intento de convivencia con otras personas.
En Internet convivimos con gran parte del planeta, personas de todo el mundo, y esto la vuelve mucho más compleja. Todo está expuesto y accesible. Las personas que han entrado en la cárcel por un chiste, ha sido por un tuit y no un comentario durante un café entre amigas.
En un entorno más pequeño y controlado, como puede ser una conversación entre un grupo de personas, el humor lo limitan esas personas implicadas, por ejemplo, si no te gustan las bromas sobre que se metan contigo y lo haces saber, las otras personas tendrán cuidado (o deberían tenerlo) con no hacerte bromas de ese tipo en el futuro. ¡Ojo con hacer bromas que puedan ridiculizar a otras personas!, por ejemplo, poniendo de manifiesto ciertos “defectos” suyos que posiblemente no les apetezca compartir. Desde el respeto y el amor podemos adaptarnos al sentido del humor de cada persona, o el humor nos alejará en lugar de acercarnos.
El contexto puede cambiar el significado del chiste y las consecuencias del mismo. Por ejemplo, en un contexto feminista, contar chistes machistas se utilizan para empoderarse, para ser conscientes de las barbaridades que se dicen sobre la mujer y el poco sentido que tienen. A veces hacemos bromas de “mal gusto” en contextos en los que no hace daño, porque la otra persona te conoce y sabe que no eres racista o machista, o porque no se va a normalizar algo que no es normalizable, como matar personas.
Todo lo que decimos, también un chiste, tiene una repercusión en los demás. Es razonable que reacciones ante algo que te molesta. Es una forma de marcar tus propios límites y que así la persona sepa limitar su humor la próxima vez que esté contigo.
Ser asertivo o asertiva es ser capaz de decir “oye, perdona, creo que esto no debe hacerse” o “no me gusta que lo hagas delante de mí”, desde la honestidad y la subjetividad, y nunca desde la agresividad o pasivo-agresividad.
Cuidado con esto porque toda confrontación tiene una reacción por parte de la persona que lanzó el chiste. Una consecuencia puede ser que la persona cambie de conducta. Pero que haya un cambio de comportamiento y esa persona no haga más chistes así, no significa que haya cambio en su forma de pensar, quizá solo sea que quiere evitar momentos incómodos o de confrontación. Hay muchos factores que influyen en su pensamiento más allá del momento del chiste y que no podemos controlar.
Por supuesto, tenemos derecho y debemos “denunciar” aquello que no es gracioso y se disfraza de broma. No necesariamente en los juzgados, pero si en clase se están metiendo conmigo por algo que me hace sentir mal, decírselo al profesorado, a mi familia… Si me ponen comentarios dañinos en redes sociales, denunciar el comentario o la cuenta, decirlo… Y así en cualquier circunstancia que alguien actúa de un modo desagradable refugiándose en que era “solo una broma” (por ejemplo, tocando culos en la discoteca). Es necesario señalarle para que deje de hacerlo.
A ninguna mente bien organizada le falta sentido del humor
Samuel Taylor Coleridge
¡Aprendamos a convivir, pero hagámoslo con humor!
Psicóloga y acompañante de personas en situación de vulnerabilidad: experiencia con menores en riesgo de exclusión social, migraciones, diversidad funcional y colectivo LGBTIQA+. Amante de todas las formas de vida, su misión es crear espacios sostenibles. Cooperante y gestora en proyectos de agroecología y protección animal. Escritora y fotógrafa en búsqueda de aprendizajes. “Cualquier momento es bueno para la ternura”.