¿Por qué actuamos así en nuestras relaciones de pareja?
¿Por qué reaccionamos de esa manera ante las pérdidas?
¿De qué manera nos afectan los cambios en la pareja?
Las relaciones que establecemos en nuestra infancia con nuestros padres (o cuidadores principales) condicionan y modulan nuestro propio desarrollo del apego de manera cerebral, afectivo y social. Este vínculo afectivo-emocional tan importante es conocido como “apego”. Se podría decir que el apego es un vínculo intenso, profundo y que tiene una duración en el tiempo; es la manera que tenemos de entender y relacionarnos con la intimidad.
Según Bowlby, psicoanalista inglés, el apego tiene dos funciones básicas para nosotros: una función adaptativa, para asegurar nuestra supervivencia, ya que cuando somos pequeños dependemos de los adultos para poder ser independientes en un futuro; y, por otro lado, tiene una función de seguridad emocional, ya que necesitamos sentirnos protegidos por las personas que nos cuidan.
Para la formación del apego es necesaria la existencia de tres factores:
Así, a través de la estimulación que nos brindan estas interconexiones, se va a crear la base sobre la que construimos nuestras relaciones afectivas. Sin embargo, los vínculos que vamos a establecer o estableceremos más adelante, en la adolescencia por ejemplo, son relaciones mucho más complejas. A estas relaciones llegamos con una variedad de expectativas y una serie de patrones de conducta que, a pesar de estar ligadas a nuestras experiencias primarias de apego, no se limitan a ellas.
Las relaciones que establecemos con nuestros iguales o parejas va a ser un reflejo del proceso que hemos vivido y en el que se han asentado una serie de habilidades y destrezas, principios, la forma de pensar, la gestión cognitiva que hacemos de nuestras emociones así como la red afectiva que elegimos y con la que nos relacionamos de igual a igual.
Por ello, la relación con las figuras parentales supone una referencia, un modelo de conducta que internalizamos, nos crea expectativas y nos influyen a la hora de relacionarnos. Es decir, desarrollamos ideas y creencias a través de las cuales integramos elementos y nos relacionamos con el mundo. Sin embargo, todo esto se puede transformar, ampliar e incorporar aspectos de otras relaciones afectivas que vamos estableciendo a lo largo de nuestra vida, cómo pueden ser las relaciones con nuestros iguales y nuestras primeras relaciones de pareja.
Estos nuevos vínculos van a hacer que nos cuestionemos nuestras experiencias pasadas de apego, haciendo que reconstruyamos nuestra manera de relacionarnos. Además, permiten que podamos pararnos a ser conscientes de nuestra propia historia, de la manera que tenemos de relacionarnos y así poder modularlo. Por ello, estas primeras relaciones que establecemos en la adolescencia tienen un papel esencial; son vínculos afectivos muy diferentes al de la familia, nos hace sentir que pertenecemos a algo y tenemos un espacio propio en el que construir nuestra identidad.
El apego que hemos desarrollado y que aplicaremos en nuestras relaciones, depende, como bien hemos visto, de las interacciones que hayamos vivido con nuestros cuidadores durante la infancia así como de nuestra propia experiencia personal. Por ello, cuando nos relacionamos con los demás, lo vamos a hacer desde un estilo de apego concreto.
A pesar de que la influencia de nuestros primeros cuidadores es grande, no es el único factor que determina nuestra manera de relacionarnos. También es importante la forma en la que lo vivimos, interpretamos y, más adelante, la manera en la que nos responsabilizamos de nuestras relaciones afectivas.
No es raro que con distintas personas nos relacionemos con diferentes estilos de apego; con la familia se puede utilizar un apego ansioso y con nuestros iguales uno evitativo.
Estos patrones de apego no son inamovibles, se pueden modificar. Es fundamental ser conscientes de la manera en la que te relacionas y reaccionas en la pareja para, a partir de ahí, poder regular y trabajar aquellos aspectos que te gustaría cambiar. Así podrás evolucionar a través de la experiencia y el trabajo propio. Además, a pesar de que el apego seguro supone un factor de protección a la hora de establecer vínculos afectivos, esto no quiere decir que no vayan a existir dificultades u obstáculos en tus relaciones.
El objetivo de este artículo propuesto en The Lemon Tree Education no es que nos pongamos una etiqueta en nuestra manera de relacionarnos, sino ser conscientes de nuestros patrones, conocernos más, valorar nuestras estrategias y reconocer si van en línea con nuestra visión del mundo y, en este caso, con nuestra visión del tipo de relaciones que queremos crear.
“El amor no es necesidad, es preferencia. Si «necesitas», no amas, dependes”.
María Esclapez
Alba es psicóloga sanitaria y ha realizado un máster de migraciones internacionales, salud y bienestar, además de proyectos de cooperación en Senegal, con menores en riesgo de exclusión social así como talleres con refugiados e hijos víctimas de violencia de género. Trabaja como psicóloga en una ONG con niños y adolescentes en situación de vulnerabilidad dando un servicio de atención terapéutica y realizando actuaciones de sensibilización y asesoramiento para la prevención de la violencia y la promoción de la salud mental. Su misión es conseguir el bienestar de la persona, la promoción de una sociedad inclusiva e intercultural y el desarrollo integral de las personas más vulnerables.