El “pura vida” la utilizamos para todo, tanto para saludar, como para responder al cómo nos sentimos, como para quitarle peso a los problemas, para recordarnos dónde estamos y quiénes somos.
Así es, como me respondían, cuando les preguntaba a los ticos (nacidos en Costa Rica), por el concepto de la Pura Vida.
Durante los meses de febrero y marzo emprendí un viaje en Costa Rica con amigos, fue una manera de celebrar el final de un largo proceso de estudios para unas y exploración de culturas para otros. Llegó a convertirse en el que ahora puedo decir “el viaje de mi vida”.
Y es que decir «el viaje de mi vida» para alguien que lleva viajando desde que tenía casi 2 meses, de promedio 3 o 4 viajes por año, es mucho decir. Pero así fue, un viaje externo e interno que transformó la manera en la que vivo y experimento mi vida. En este artículo te cuento algunas de las cosas que aprendí sobre la Pura Vida.
Si quieres leer sobre otros aprendizajes mientras se viaja, échale un vistazo a estos artículos: «Viajando, ¿hacia dentro y hacia fuera?» o «Crecer en el cruce de culturas: adolescencia e identidad«.
Y es que como describió Sergio en uno de sus artículos sobre la Teranga y la cultura de hospitalidad, los ticos también son gente superacogedora; no invasiva, sino acogedora. De estas que te preguntan con toda la libertad del mundo cómo te ha ido el día o si necesitas algo. Era maravilloso ver cómo conocíamos gente que se abría en canal para presentarte a su familia o amigos, te contaban historias de la comunidad o sus propias historias… Gente desde las zonas del Pacífico hasta el Caribe.
Y es que uno se siente en un hogar, cuando hacen de este un verdadero hogar. Me encantaba escuchar a una mis compañeras de viaje decir «vámonos a casa» refiriéndose al hostal donde dormíamos. Deshacer la mochila era un símbolo, aún sabiendo que en los próximos días nos mudábamos a otra parte. El hogar también puede ser el espacio donde deshacer tu mochila, encontrar gente encantadora, compartir momentos de conexión y honestidad o apreciar el silencio como si fuese una almohada.
Déjate acoger, hazlo tu hogar.
– ¿Y te gustaría vivir en otro sitio?
– Me gusta viajar, pero para vivir, esto… esto no lo cambio por nada del mundo.
Cada vez que escuchaba esa frase en alguno de los ticos se me ponían los pelos de punta. Y sin exagerar pude escucharla de diez personas diferentes.
Es precioso ver cómo sabiendo que en muchas ocasiones podrían vivir en otros países u otras ciudades de Costa Rica, las personas que conocí estaban exactamente donde querían estar. Y claro, muchos de ellos son conscientes de que viven en lo que nosotros llamamos «paraísos». Pero aun así, ellos no solo lo aprecian por sus hermosas playas de arena blanca o negra o toda la biodiversidad que puedan encontrar. Los ticos están enamorados de su gente, de su familia, de su comunidad. Sienten una gran pertenencia al lugar donde se encuentran y están dispuestos a trabajar para preservarlo y así poder seguir admirándolo.
Hablando con mis compañeros al final del viaje dijimos que una de las cosas que más íbamos a echar de menos era levantarnos por la mañana sin saber qué iba a pasar durante el día e irnos a dormir integrando todas las cosas que habían ocurrido.
Recuerdo tener muchas reflexiones sobre lo rápido que se me habían olvidado mis ganas de explorar. Es verdad que la pandemia no ha ayudado a potenciar esta parte. Pero tampoco es una excusa para acomodarnos en nuestra rutina semanal y no damos espacio para volver a ser niños y preguntarnos por todo. ¿Cuándo dejamos de explorar, de sorprendernos por lo desconocido o estar abiertos a la incertidumbre?
Me ayudó tanto volver a reconectar con mi «yo explorador», llegar a sitios recónditos y abrazar con la mirada todo lo que había delante de mí, levantarnos, ponernos crema, gorra, ropa, zapatillas e ir en busca de animales exóticos o playas paradisiacas donde andar descalzos. ¡Qué gran lección! Levantarme cada mañana, comprometido con la vida, sin expectativas, abierto a nuevas experiencias, dispuesto a contemplar la vida con otros ojos de explorador.
No dejaremos nunca de explorar,
y el fin de toda nuestra exploración,
será volver al punto de partida
y conocerlo por primera vez.
T. S. Elliot
Que, ¿qué cosas he aprendido? ¡Muchísimas y a todos los niveles!
Desde cómo abrir un coco con un machete, a reconocer tipos de plantas y animales, cocinar plátano frito o la famosa salsa caribeña. He aprendido sobre historia de las culturas indígenas, artesanía, sostenibilidad, cambio climático, parques naturales y estilos de músicas locales. He aprendido sobre cómo convivir durante mes y medio con amigos, sobre sus vidas, sus miedos, sus pasiones, su parte más humana. He aprendido sobre la honestidad, la comunicación, la bondad, la humildad y tantas otras. Y he aprendido tanto sobre mí mismo, sobre quién soy, de dónde vengo y adónde voy…
Y es que una de las ventajas de viajar es la gran variedad de experiencias que vives; algunas de ellas planeadas y otras improvisadas. Cuán importante es aprender a vivir y vivir aprendiendo.
«Si hay para uno, hay para todos». Cómo me gustó esta frase cuando la escuché por primera vez. Porque si hay comida para uno, hay comida para todos. Me recordó al concepto africano de “Ubuntu” que tanto admiro y respeto.
Porque no son solos mis experiencias, sino todas las experiencias de aquello que me rodea, de la gente, las culturas, los ecosistemas y la naturaleza.
Quiero dar las gracias a mis compañeros de viaje y a todos aquellos que han participado en que sea posible, presentes y ausentes. Este artículo es nuestro.
Se presenta como nómada, con diez años de experiencia explorando comunidades donde el desarrollo personal, comunitario, ecológico y artístico son los ejes principales. Ha trabajado en países como España, Rumania, Italia y Alemania y actualmente vive y viaja en su furgoneta “Samsara” co-diseñando proyectos regenerativos y residencias artísticas para zonas rurales, organizaciones y ecoaldeas. Todo lo que hace está ligado a su propósito: “conectar a la gente consigo misma, con las demás y con la naturaleza a través de la experiencia de comunidad”.