Este artículo sobre mi vida en la universidad de Oxford es continuación de mi artículo de febrero en el que hablaba de mi experiencia en un internado inglés llamado Bedford School, donde cursé los dos últimos años de secundaria.
Gracias a la buena preparación de la que disfruté durante mis años en Bedford School y en particular a mi aprendizaje al ser miembro del Oxbridge Club, donde nos preparaban para las entrevistas de las universidades más selectivas del Reino Unido, logré obtener una invitación condicional para estudiar física en la universidad de Oxford. En concreto, en el Lincoln College. Hablo de aceptación condicional porque me aceptarían con tal de obtener unas notas mínimas, que, con suerte y esfuerzo, fui capaz de conseguir.
Esta universidad de Oxford está dividida en 45 colleges, cada uno con sus tradiciones, sus tendencias políticas y con diferente profesorado. Algunos están más especializados en las asignaturas de letras y otros más en las ciencias. Lincoln College tenía un buen equilibrio entre ambas ramas de conocimiento, algo que me había llamado la atención cuando rellené la solicitud, la cual ya requería especificar el college en el cual quería recibir mi educación.
Cada estudiante elige el college según su criterio sus razones particulares. En mi caso, honestamente, no pensaba que me fueran a dar una plaza, ya que me había considerado un estudiante mediocre hasta el día en el que llegué a Bedford y aún no había actualizado mi propia auto imagen lo suficiente como para ser optimista al respecto de este proceso de selección tan estricto.
Las razones por las que elegí Lincoln fueron superficiales y fueron dos.
Una vez recibida la alegre sorpresa, me preparé durante el verano para la universidad haciendo muchísimos ejercicios de matemáticas que me enviaron mis futuros maestros, ya que requerían un nivel de entrada que estaba por encima del mío en aquel momento. La preparación fue bien y me marché al Reino Unido motivado.
Al llegar, me di cuenta de que ciertos nervios que albergaba no estaban justificados. Me preocupaba que me costara integrarme socialmente, ya que mis días en Bedford habían sido algo tumultuosos, como pudisteis leer en mi anterior artículo. Los estudiantes de Oxford me parecieron mucho más maduros, interesantes y curiosos. Creo que esto fue lo que más disfruté en la universidad. Cada uno tenía evidente interés por aprender, y estaba bien visto el dedicarse a sus estudios con esmero. Había miembros de todas las clases sociales y, aunque la gran mayoría eran ingleses, -algo diferente de las universidades a las que fueron mis amigos, donde habían jóvenes de muchísimas nacionalidades-, eran tan variados entre sí que encontré la experiencia muy enriquecedora desde el punto de vista social.
Conocí quienes me parecieron auténticos genios, personas que apenas tenían que estudiar para tener éxito en los exámenes más complejos que he visto. También conocí personas que estudiaban con tanta dedicación que a veces me preocupaba por ellos, al estar ausentes de toda actividad social. Me di cuenta de que tanto los unos como los otros eran perfiles perfectamente compatibles con la cultura académica del lugar. Me sentía en medio de estos dos extremos y el conocer personas tan brillantes me trajo un nivel de humildad y realismo que me sentó bien.
La universidad tiene una estructura parecida a Cambridge, pero bastante diferente de la mayoría de las universidades del Reino Unido. Los colleges forman una parte íntegra de la vida social de cada estudiante. En ellos, había estudiantes de todo tipo de asignaturas, de modo que la vida del día a día significaba pasar tiempo con estudiantes de perfiles muy distintos, desde artistas, a matemáticos, políticos, economistas, historiadores, amantes del latín y los clásicos, etc.
Aparte de estos colleges también habían departamentos, como el de idiomas, el de literatura clásica, el de empresariales o el de física, que yo frecuentaba. Aquí se impartían las clases generales, en las que había una cantidad de 100 alumnos, aproximadamente, aunque variaba según el departamento. Pedagógicamente, esto hacía difícil hacerle preguntas al profesor, puesto que los alumnos más avanzados eran siempre los que mantenían el ritmo trepidante del maestro, que cubría una cantidad de contenido enorme en cada lecture.
En ambos Oxford y Cambridge, hay otra herramienta u otro contexto educativo que usa la universidad para ayudar a los alumnos, denominado el tutorial. Estos tienen una duración de una hora, o a veces dos horas, y la componen dos o tres alumnos y un profesor. Al estar la atención del profesor repartida entre dos o tres alumnos solamente, estas sesiones eran muy efectivas pero también aterradoras. Se podía preguntar con mucha más soltura, pero también eran estresantes porque había que demostrar el conocimiento adquirido durante la semana y no había dónde esconderse. Esta responsabilidad motivaba mucho a la hora de aprender, pero a más de un compañero le resultaba muy intenso, como si fuera otra entrevista estresante que tenía lugar dos veces por semana.
Dos profesores se me grabaron en la memoria. Uno se llamaba Professor Jelley (experto en física de neutrinos emitidos por el sol), y el otro Professor Peskett (experto en electromagnetismo y en aparatos diseñados para uso en satélites). El primero era paciente, simpático y tenía mucha empatía con los alumnos. El segundo intimidaba muchísimo, y hacía preguntas de alta complejidad.
Professor Peskett, cuando un estudiante no sabía cómo responder, se negaba a ayudar. Simplemente esperaba y veía cómo pensábamos, cómo intentábamos abordar el problema, sin decir nada hasta que diéramos algún paso en la dirección adecuada. Si se tenía que quedar callado 15 minutos, no tenía problema en hacerlo. Desconcertaba mucho, pero también era efectivo a su manera. Vestía todos los días con la misma ropa: un pantalón y camisa verde caqui, de los cuales tenía numerosos repetidos. Así, no tenía que pensar qué ponerse por la mañana. Yo lo achaqué a una prioridad que tenía por la eficiencia, cualidad que se enfatiza frecuentemente en el estudio de la física.
Personas así, tan particulares, eran fáciles de encontrar y disfruté mucho de observar los comportamientos tan excéntricos durante mis años de estudio. Quería dar parte de algunos de estos personajes entrañables, a modo de dar una idea de la experiencia humana que tuve, la cual fue muy gratificante.
Conocí a un chico que había escrito un libro de economía para usar en escuelas de secundaria, ya a la temprana edad de 17 años. Un libro que había sido un éxito. Este muchacho tenía un truco que se llamaba el día de Prani y que llevaba su nombre. Este genio tan particular, tenía la costumbre, cuando se acercaba un examen y veía que le faltaban días para prepararse, de crear un día adicional en la semana. Le quitaba 3 horas a cada día de la semana y creaba un día extra con estas 21 horas. Así podía estudiar con la ventaja del día adicional. Para lograr esto, rodaba todo su horario y se despertaba e iba a dormir a horas rarísimas. Lo veíamos despertarse a las 3 de la madrugada, dormirse a las 5 de la tarde, etc. Sacó muy buenas notas, así que le salió bien el truco.
El último personaje fascinante que me gustaría describir era y sigue siendo uno de mis mejores amigos. Lo llamábamos Mini Matt, por ser bajito. Creo que ha sido una de las influencias más poderosas y positivas de mi vida. Estudiaba física conmigo y tenía mucha facilidad para entender las cosas y explicarlas con una habilidad espeluznante.
Llevo 10 años siendo profesor de matemáticas y puedo decir que la manera que utilizo para explicarles a mis alumnos los conceptos más complejos, la aprendí de Mini Matt. Nunca asumía conocimientos previos. Nunca se frustraba. Explicaba lo mismo de muchas maneras diferentes y si el otro no lograba comprender algo tras su explicación, siempre decía my bad. Daba a entender con esto que el fallo era suyo y no del que intentaba entender la cosa. Asumía esta responsabilidad y seguía buscando analogías, metáforas y representaciones hasta que su alumno (o así nos sentíamos todos a su lado) comprendía profunda y auténticamente lo que intentaba transmitir. Y luego nos ponía una prueba para asegurarse de que lo habíamos entendido. Era imposible mentirle o pretender comprender algo cuando solo se había entendido de manera superficial.
La lección más profunda que aprendí de él, fue la de la integridad intelectual. Nunca en mis años de conocerle, que ahora son más de 20, le vi mentirse a sí mismo o a otra persona. Me refiero a la mentira de intentar pretender que había comprendido algo. Como estudiante, nunca se rendía y tampoco saltaba al siguiente concepto hasta haber entendido profundamente lo que ocupaba su mente. A veces iba más lento, pero cuando entendía algo, ya no había manera de que se confundiera.
Una vez le empezó a hacer preguntas a nuestro profesor durante un tutorial de termodinámica y, aunque el profesor empezó estando molesto porque algunas de las preguntas iniciales eran algo básicas según su entender, cuando llegó a una pregunta en particular, el profesor paró y le dijo a Matt: ¿Has leído acerca del Demonio de Maxwell? Cuando Matt le dijo que no sabía lo que era eso, el profesor le miró con una mezcla de asombro, nervios y admiración. Le dijo que el famoso científico Maxwell una vez había preguntado lo mismo y esto había sido el comienzo de un debate larguísimo que aún estaba sin resolver. Matt llegó a esa pregunta con su honestidad y con sus sinceras ganas de comprender algo de verdad.
Diría que el sistema educativo de Oxford no era perfecto. Había mucha presión y falta de libertad a la hora de elegir clases, algo común en el Reino Unido. Sin embargo, las personas que conocí en esa universidad y las puertas que me ha abierto haber estudiado ahí, han valido la pena. Me siento muy agradecido de haber podido tener esta experiencia tan colorida y comprendo que se hizo posible gracias a mis días en el internado Bedford School.
Me alegro mucho de que The Lemon Tree Education esté ayudando a estudiantes a sacarle buen partido a las posibilidades que se despliegan cuando somos valientes y nos vamos a estudiar fuera, a conocer otros contextos, a superar adversidades y, como se suele decir, a conocer mundo.
Guillermo Machado es un educador con inquietudes holísticas, que ha tenido oportunidad de ejercer en más de diez países como parte de su trayectoria profesional. Graduado en Físicas por la universidad de Oxford y luego habiéndose especializado en educación en Nottingham, su interés actual radica en la pedagogía basada en el desarrollo de proyectos, y en cómo fomentar el desarrollo emocional de los alumnos de forma integrada con su formación académica.