En esta asignatura hay problemas complejos que son duros de roer y que requieren que el estudiante le de muchas vueltas en su mente.
Permítenos una metáfora. La concentración mental profunda puede visualizarse como una catarata de atención que termina por sumergir un problema en líquido, hasta que empiezan a aparecer grietas por donde puede ser penetrado o descompuesto. Este tipo de atención profunda, que es la habilidad de poderse mantener con un mismo problema un tiempo extendido, es muy necesaria en la sociedad en la que están creciendo nuestros jóvenes.
A menudo en nuestra vida, es necesario discernir entre información útil y la que es superflua o irrelevante. Esta habilidad se puede desarrollar con problemas matemáticos en los que los maestros dan más información de la estrictamente necesaria para resolverlos.
Enfrentándose con problemas complejos, el estudiante también tiene que discernir qué herramienta matemática va a ser apropiada según el contexto, las condiciones iniciales del problema, etcétera. Afilar la cuchilla del discernimiento nos puede ahorrar tiempo, esfuerzo y errores en la vida cotidiana.
El gran psicólogo español Antonio Blay postuló que el espíritu humano estaba compuesto de tres cualidades primordiales: la inteligencia, la energía y la capacidad emotiva. Definió la inteligencia como “la capacidad de ver mas allá de la apariencia”. En matemáticas se dan muchas oportunidades de conectar cosas que inicialmente parecen inconexas, con lo que su práctica puede usarse de catalizador para ejercer y potenciar esta inteligencia, o capacidad perceptiva.
Para Blay, la energía es la capacidad de realizar acciones, sean mentales o físicas. Aumenta a base de enfrentarse a obstáculos y a resistencias. Al estar enfocada a la comprensión de problemas cada vez más complejos, es fácil argumentar que estudiar matemáticas ofrece un excelente contexto para el desarrollo de esta resiliencia y energía mental.
El potencial emotivo lo definió como la capacidad de sentir; algo que se ejercita más en las artes puras como la música, la danza, la poesía y la pintura. Sin embargo, no escasean los matemáticos que hablan de observar una belleza, una simetría, un orden y un misterio que les provocaban emocionalmente.
Nos atrevemos a proponer que los mejores estudiantes son aquellos que aprenden de manera más auténtica. Hay quien saca una nota altísima pero dos semanas más tarde se ha olvidado de mucho de lo que aprendió. También hay quien años más tarde, aún es capaz de explicar los conceptos, aunque haya perdido algo de detalle por el camino. ¿Cuál es la diferencia principal entre estos dos tipos de estudiante? ¿La buena memoria? En el caso de las matemáticas, creemos que no es así; es el rigor, una especie de honestidad intelectual con uno mismo.
Los alumnos de más éxito son aquellos que incluso cuando son capaces de resolver un problema correctamente, se quedan un ratito dándole vueltas y haciéndose preguntas. Preguntas como estas:
Cuando vemos a un alumno planteándose cuestiones de este tipo, los profesores nos solemos alegrar muchísimo, al estar en presencia de un alumno vivo. Con estos, nuestro trabajo es más placentero y más sencillo a la vez.
Mientras trabaja de esta manera su honestidad y su rigor incrementa la capacidad de percepción del alumno. No solamente será capaz de penetrar más profundamente en los conceptos que está aprendiendo, sino también será más probable que se de cuenta de posibles auto-engaños, un pasatiempo favorito de muchos seres humanos.
Esta percepción es un gran aliado a la hora de saber cuándo se debe seguir investigando, indagando, y en definitiva, mirando. En el plano emocional, es común aceptar la primera emoción que surge como medida auténtica de lo que estamos viviendo. Esta práctica de aprender a mirar y seguir mirando nos puede ayudar a desarrollar la paciencia y una inteligencia emocional mayor. Ver y sentir, más allá de la apariencia.
Pensaréis, ¿pero tanto se puede aprender en una clase de matemáticas? Creo que depende bastante del entorno de aprendizaje. Si el maestro mismo está operando de tal manera que algunas de las cualidades aquí descritas están implícitas en su manera de actuar, entonces sí. Los más espabilados de la clase aprenderán por osmosis.
Escribimos este artículo, en parte para compartir un secreto con el lector, contigo. Este espíritu un tanto filosófico de entender nuestro rol a la hora de aprender se puede trasladar a cualquier clase, de cualquier materia, e incluso a la vida fuera de clase. Quien practique las cualidades aquí descritas verá que no solo mejoran sus matemáticas, sino que además llevará consigo un tesoro; una manera más íntima y auténtica de relacionarse con su propia educación.
Así, la motivación viene sola y el disfrute también.
Si te interesa este tema, no dejes de leer la primera parte de este artículo.
Guillermo Machado es un educador con inquietudes holísticas, que ha tenido oportunidad de ejercer en más de diez países como parte de su trayectoria profesional. Graduado en Físicas por la universidad de Oxford y luego habiéndose especializado en educación en Nottingham, su interés actual radica en la pedagogía basada en el desarrollo de proyectos, y en cómo fomentar el desarrollo emocional de los alumnos de forma integrada con su formación académica.